lunes, 1 de abril de 2013

PASEILLO POR EL PLANETA DE LOS TOROS(PROLOGUILLO)

PASEILLO POR EL PLANETA DE LOS TOROS
ANTONIO DIAZ-CAÑABATE
Prologuillo
Era un jueves del mes de enero de 1910.Las tarde de los
jueves no teníamos colegio. Por el mes de enero, en Madrid, no
suelen fallar unos días, pocos, desde luego, en los que el sol se
las echa de primaveral y se abraza a las calles madrileñas como
un enamorado privado cierto tiempo del disfrute de su amor.
Aquel día era uno de éstos. Al mediodía, a la salida del colegio,
que estaba en la calle de Recoletos, resolvimos jugar al toro por
la tarde en el Salón del Prado. En cuanto tomamos esta desición,
nos encaminamos a buen paso hacia el lugar elegido.
  El Salón del Prado todavía conserba algo de su aire antañon.
¿Por qué se llamaba "salón" a lo que era un paseo cuajado de
árboles y con fuente monumental en su comedio? ¿Qué im-
porta saberlo? Agarrémos a una de las opiniones de los erudi-
tos madrileñistas. En el paseo del Prado, desde tiempos remotos
se reunía la buena sociedad de la villa y corte a lucir sus galas,
a verse unos a otros y a chismorrear los unos de los otros. Los
unos a pie y los otros en coche o a caballo. Y el paseo se trans-
formaba en un salón cortesano, pues a veces acudían a él los reyes
y su séquito.
  En 1910 el Prado tenía poco de salón. Aún lo frecuentaban 
paseantes, pero ya muy disminuidos en calidad y cantidad. Era
un refugio de la infancia, de la burguesía y del pueblo. Era la
expansión mesocrática en las noches veraniegas. La frondosidad de
su arbolado le prestaba encanto. Aún vababa de rama en rama 
el aura romántica de la que tan impregnado estuvo el Salón del
Prado.
  Cuando llegamos a él, junto a la fuente de las Cuatro Esta-
ciones, un grupo de niñas jugaban a la comba, entre ellas algunas
zangolotinas como nosotros. Coqueteaban inocentemente, pero co-
queteaban. Una de ellas dijo:
*
 - Merceditas, no des tocino, que éstos vienen a ver lo que se
pesca.
-Lo has acertado: a pescaros venimos. ¿ Vais a venir esta
tarde al Prado?
- Puede. ¿ Es que nos vais a convidar a barquillos, como el
otro día?
- Os vamos a convidar a algo mejor. Os vamos a convidar a
una corrida de toros.
-¡ Uy, qué gusto ! - palmotearon varias.
- Y ahora mismo vamos a elegir a las presidentas.
  Se suspendió el juego de la comba. Nos rodearon todas las niñas.
  -¿Hace falta mantilla? - preguntó una pispa -. Lo digo
porque mi mamá tiene una que dice que es de Almagro.
  -Y la mía también, ¿mira tú ésta, con lo que sale !
  Resultó que todas las mamás de todas las niñas poseían man-
tillas, pero nosotros íbamos a tiro hecho. Despreciamos, como es
natural, a las pispas y señalamos las cinco o seis más espigadas,
con barruntos de mujer.
  - A las tres y media empezará la corrida. Nada de retrasos,
que ya sabéis que los toros salen en punto.
  Por los años de 1910, uno de los juegos preferidos de la mu-
chedumbre infantil era el del toro. La mayoría de los partici-
pantes no habían visto, en sus cortos años, una corrida formal.
Yo era una excepción. A mis doce añazos me podía considerar
como un auténtico aficionado. No me faltaba más que fumar el
cigarro puro que se encendía al toque de clarín anunciador del
paseíllo de las cuadrillas. A los cuatro años vi mi primera corrida
llevado por mi abuelo paterno, entusiasta taurófilo, en contraste
con el materno, que, como buen republicano federal, odiaba la
tauromaquía, fiel seguidor de su jefe, don Francisco Pi y Margall.
Muerto mi abuelo paterno, mi padre fue el continuador y soste-
nedor de mi presencia en la plaza madrileña, que se llamó de
la carretera de Aragón. Y desde entonces hasta hoy, en Madrid
y en muchas ferias, he visto miles de corridas.
  Fruto de esta larga experiencia quiere ser este libro, que va
a salir a la buena de Dios, quiero decir sin un plan preconcebido,
como si fuera una colección de estampas acumuladas sin orden,
pero con un mismo tema, el de presentar diversos aspectos de
ese mundo aparte que he llamado, con frase que hizo fortuna,
"el planeta de los toros"  Van a ser estas páginas lo que su título
declara: un paseillo torero por la torería y lo que ella abarca.
*
Las estampas, unas serán retrospectivas y otras actuales, conforme
vayan apareciendo en el revolitijo de mi memoria. Alabaré, criti-
caré según mi entender, equivocado para unos, acertado para otros.
Esto es lo de menos. La cuestión es que el paseíllo resulte ameno,
que los paisajes sean agradables y que nunca nos sorprendan en
ellos las tediosas sombras de la noche.

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